lunes, 30 de junio de 2008

LA TRISTEZA Y LA FURIA

En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta . . .
En un reino mágico donde las cosas no tangibles se vuelven concretas . . .
Había una vez . . .
un estanque maravilloso.
Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente . . .
Hasta aquel estanque mágico y transparente se acercaron la tristeza y la furia para bañarse en mutua compañía.
Las dos se quitaron sus vestidos y, desnudas entraron en el estanque.
La furia, que tenía prisa ( como siempre le ocurre a la furia ) urgida _sin saber por qué_ se bañó rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua . . .
Pero la furia es ciega o, por lo menos, no distingue claramente la realidad. Así que desnuda y apurada, se puso, al salir el primer vestido que encontró . . .
Y sucedió que aquel vestido no era el suyo, sino el de la tristeza . . .
Y así vestida de tristeza, la furia se fué.
Muy calmada, muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde la tristeza terminó su baño y, sin ninguna prisa _ o, mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo_, con pereza y lentamente , salió del estanque.
En la orilla se dio cuenta de que su ropa ya no estaba.
Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo. Así que se puso la única ropa que había junto al estanque: el vestido de la furia.
Cuentan que, desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega , cruel , terrible y enfadada.
Pero si nos damos tiempo para mirar bien, nos damos cuenta de que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad está escondida la tristeza.
Jorge Bucay

miércoles, 25 de junio de 2008

EL PERFUME DE LA MAESTRA

El primer día de clase, la maestra doña Tomasa les dijo a sus alumnos de quinto grado, que ella siempre trataba a todos por igual, que no tenía preferencias ni tampoco maltrataba ni despreciaba a nadie.

Muy pronto comprendió lo difícil que le iba a resultar cumplir sus palabras. Había tenido alumnos difíciles, pero nadie como Pedrito. Llegaba al colegio sucio, no hacía las tareas, pasaba todo el tiempo molestando o dormitando, era un verdadero dolor de cabeza. Un día no aguantó ya más y se dirigió a la dirección.

- Yo no soy maestra para soportar la impertinencia de un niño malcriado. Me niego a aceptarlo por más tiempo en mi clase. Ya casi son las vacaciones de Navidad, espero no verlo cuando volvamos en Enero.

La directora la escuchó con atención, y sin decirle nada, revisó los archivos y puso en las manos de doña Tomasa el libro de vida de Pedrito. La profesora lo comenzó a leer por deber, sin convicción. Sin embargo, la lectura le fue arrugando el corazón:

La maestra de primer grado había escrito: “Pedrito es un niño muy brillante y amigable. Siempre tiene una sonrisa en los labios y todos le quieren mucho. Entrega sus trabajos a tiempo, es muy inteligente y aplicado. Es un placer tenerlo en mi clase”.

La maestra de segundo grado: “Pedrito es un alumno ejemplar con sus compañeros. Pero últimamente se encuentra triste porque su mamá padece una enfermedad incurable”

La maestra de tercero: “La muerte de su mamá ha sido un golpe insoportable. Ha perdido el interés en todo y se pasa el tiempo llorando. Su papá no se esfuerza en ayudarlo y parece muy violento. Creo que lo golpea.”

La maestra de cuarto: “Pedrito no demuestra interés alguno en clase. Vive cohibido y cuando intento ayudarle y preguntarle qué le pasa, se encierra en un mutismo desesperanzador. No tiene amigos y está cada vez más aislado y triste”


Por ser el último día de clase antes de las Navidades, todos los alumnos le llevaron a Doña Tomasa unos hermosos regalos envueltos en fino y coloridos papeles. También Pedrito le llevó el suyo envuelto en una bolsa de papel. Doña Tomasa fue abriendo los regalos de sus alumnos y cuando mostró el de Pedrito, todos los compañeros se echaron a reír al ver su contenido: un viejo brazalete al que le faltaban algunas piedras y un frasco de perfume casi vacío. Para cortar por lo sano con la risa de los alumnos, Doña Tomasa se puso con gusto el brazalete y se echó unas gotas de perfume en cada una de las muñecas. Ese día, Pedrito se quedó el último al salir de clase y le dijo a su maestra: “Doña Tomasa, hoy usted huele como mi mamá”

Esa tarde, sola en su casa, Doña Tomasa lloró un largo rato. Y decidió que en adelante, no solo iba a enseñar a sus alumnos lectura, escritura, matemáticas… sino sobre todo, que los iba a querer y les iba a educar el corazón. Cuando se reincorporaron a clase en enero, Doña Tomasa llegó con el brazalete de la mamá de Pedrito y con unas gotas de perfume. La sonrisa de Pedrito fue toda una declaración de cariñoso agradecimiento. La siembra de atención y cariño de Doña Tomasa fue fructificando en una cosecha creciente de aplicación y cambio de conducta de Pedrito. Poco a poco, fue volviendo a ser aquel niño aplicado y trabajador de sus primeros años de la escuela. Al final del curso, a Doña Tomasa le costaba cumplir sus palabras de que, para ella, todos los alumnos eran iguales, pues sentía una evidente predilección por Pedrito.

Pasaron los años, Pedrito se fue a continuar sus estudios en la universidad y doña Tomasa perdió contacto con él. Un día recibió una carta del doctor Pedro Altamira, en la que le comunicaba que había terminado con éxito sus estudios de medicina y que estaba a punto de casarse con una muchacha que había conocido en la universidad. En la carta le invitaba a la boda y le rogaba que fuera su madrina de boda.

El día de la boda, Doña Tomasa volvió a ponerse el brazalete sin piedras y el perfume de la mamá de Pedrito. Cuando se encontraron, se abrazaron muy fuerte y el Doctor Altamira le dijo al oído: “Todo se lo debo a usted, Doña Tomasa”. Ella, con lágrimas en los ojos, le respondió: “No, Pedrito, la cosa sucedió al revés, fuiste tú quien me salvaste a mí y me enseñaste la lección más importante de la vida, que ningún profesor había sido capaz de enseñarme en la universidad: me enseñaste a ser maestra”.
Luz y S.

miércoles, 4 de junio de 2008

PAGINAS EN BLANCO



Aquella librería de la plaza de San Pedro siempre me había llamado la atención. Por su ubicación en ese rincón accesible, lo famililar de sus gentes, la gran cantidad de libros que se hospedan allí, y por el orden con el que están colocados, puedes encontrar sin demasiado esfuerzo el libro que quieras, que te apetezca conseguir. Ese día entré en el local sin ninguna intención de comprar nada en concreto, esta vez quería un libro distinto, ameno,que se dejara leer y que me dejara un buen recuerdo.Pedí consejo a los chicos de la librería, y sin dudarlo ni un instante me ofrecieron un misterioso libro que envolvieron cuidadosamente y del cual no me dieron a conocer el título ni el autor.

Ya en casa lo desenvolví y me dispuse a leerlo. No quería hacerlo más tarde, tenía curiosidad por lo que me había sido recomendado.Pero cual fue mi sorpresa cuando al abrirlo me encontré con la primera página en blanco. La primera, ¡ y las siguientes, y todas y cada una de las páginas! ¡El libro entero estaba en blanco!

Por más que buscaba y buscaba, no encontraba ningún texto, ningún párrafo ningun contenido, nada que contase historias, intrigas o habladurías. Más de doscientas páginas que recitaban la ausencia de cualquier narración.

Mi primera reacción fue de sorpresa mayúscula, despúes de un rato estaba pletórico de furia, pués no alcanzaba a comprender como habían podido aconsejarme aquel libro.

Decidí llamar a la librería, estaba demasiado furioso como para aparecer por allí, no tenía el número, me imaginaba que por lo menos el libro tendría el sello de la tienda con la dirección y el teléfono. En la portada, no apareía nada. Ni si quiera tenía título.Ni autor. ¿Para Qué?. Torné la pasta, y me di cuenta de algo que había pasado por alto.Era el prólogo del libro. Por supuesto lo leí inmediatamente.

Prólogo

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Aquel que busque leer este libro
habrá de escribirlo primero,
pues los hechos son de quien los vive
y no de quien los predica;
Aquel que crea vivir algo
que lo plasme en este libro,

y aquel que diga que no vive

tambien tendrá que contar.

Animaos, pue, y llenadlo de vida

Fui corriendo a la librería y no supe cómo agradecerles eso tan preciado que me habían entregado. Era yo quien tenía que escribir ese libro. Incluso me apunté a un taller de narración creativa. Algún día terminaré de llenar todas las páginas, y ¡quién sabe!, quizás tenga la gran suerte de conseguir otro libro con las páginas en blanco.
Mikel Gil

Sólo nosotros podemos escribir el libro de nuestra vida.

Sólo nosotros conocemos cuales son nuestras limitaciones.

Disponemos de total libertad de elección.

Ninguna persona, lugar o cosa puede pensar por nosotros

si no lo permitimos.

Desde aqui os animo a que cada uno escriba el libro de su vida y reflexione sobre el.

Dedicado para todas las personas que están dispuestas a fluir con la vida.